En el día de ayer murió Hugo Chávez, el presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Ríos de tinta y millones de bits nos informan del suceso al detalle. Sin embargo, poco o nada es lo que podemos saber sobre la verdad La Verdad. Esa que se reserva para quienes tienen el poder y que la construyen a su antojo. Claro, esto no sólo pasa en Venezuela, pasa en todos los países, incluso en la vida propia, o acaso ¿nuestras publicaciones en Facebook son un reflejo totalmente veraz de nuestra propia historia?
La muerte de ayer empieza a tener tintes de mito. Una larga enfermedad sin mayores detalles, una muerte sin una fecha comprobable, tres días de honras fúnebres, un gran mausoleo compartido con el Libertador Simón Bolívar; además de frases usadas en otrora como: «Él no ha muerto, vive en el pueblo», «Su muerte es el comienzo de la vida en el espíritu de una patria», » etc, etc. (Léase bla, bla, bla)
Es innegable su liderazgo y su protagonismo en la historia latinoamericana. Su oposición férrea al capitalismo como sistema, su desafío constante a Estados Unidos, además de su relación política con muchos de los líderes que por estas latitudes podrían considerarse «malas compañias» son solo un ejemplo del carisma del personaje.
¿Quién fue Hugo Chávez? Esa pregunta no es posible responderla es su totalidad en este momento, pasaran varios lustros para saber qué cosas de su vida o del mito de su vida quedarán en la historia de la humanidad y eso depende, en mucho, de lo que pase en los próximos años en Venezuela. Negar el protagonismo de Chavez es mirar hacía el lado equivocado, convertirlo en prócer es magnificar sus acciones o declararlo loco es tener una mirada muy limitada sobre lo que puede llegar a pasar en países como los nuestros donde la historia es moldeada por los mismos hace más de 200 años, pero donde en algún momento de la historia y en algún rincón del territorio nace alguien que hace historia, construye su historia y cambia las historia de las naciones, unas veces para bien y casi siempre para mal…
